Esta es mi apreciación del Arbol del Conocimiento.

Entender al ser como un ser autopoiético, capaz de producirse a si mismos, determinados por su estructura y clausura operacional, es entender las bases de las relaciones sociales de todo ser vivo. Es entender la fenomenología de las reacciones biológicas que se producen en nuestra estructura, que se define de la manera que la conocemos debido a una larga historia ontogénica, o sea “historia de transformaciones de una unidad como resultado de una historia de interacciones, a partir de su estructura inicial”, como define Maturana.

Los fenómenos que generan en su operar como unidades autopoiéticas dependen de su organización y de cómo esta se realiza. Así, los cambios son determinados por la propia estructura como unidad celular.

Maturana en su libro dice que “las perturbaciones no traen instrucciones, sino que es la propia estructura biológica la que tiende a comportarse de diversas formas.” Esto lo encuentro válido, porque me llamaba la atención que no todas las personas tienen el mismo efecto dado por algo.

Dado lo anterior, nuestro sistema nervioso juega un rol importante, ya que condiciona nuestra existencia al dotarnos de un sinfín de variedades estructurales, capaces de recibir la perturbación del medio e interpretar de diversas formas el estímulo externo. “Así, si se vuelve recurrente, se produce un acoplamiento estructural de tercer orden”. Lo anterior da pie en la interpretación de nuestras relaciones sociales, ya que se generan una variedad de roles y relaciones que permiten la reproducción y las sostenidas conductas que tenemos los seres vivos entre otras cosas.

Para comprender a conocer el conocer, debemos tener claro nuestro propio ser, lo que lleva a conocer el conocer. Es en el lenguaje donde nosotros desarrollamos relaciones complejas que nos permiten generar “acoplamientos sociales” y darnos cuenta que compartimos un mundo que estamos especificando en conjunto a través de nuestras acciones.

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